En mi barrio hay una tienda de embutidos que lleva en la misma esquina toda la vida -o al menos así la recuerdo yo-. Se llama igual que se apellida su dueño y, como siempre he sabido que el nombre viene del apellido, nunca me ha extrañado. No diré el nombre real, pero la mencionaré con un seudónimo cuyo contenido semántico se asemeja mucho al verdadero: Fregando. Bien, como decía, conozco Jamones Fregando desde que era pequeña, forma parte de mi paisaje más cercano y lo raro sería que un día desapareciera.
Hace unos días di un paseo por el barrio con alguien que vive en la otra punta de la ciudad y, al pasar por Jamones Fregando comentó: "¿Fregando? Dios, vaya nombre", a lo que yo respondí toda indignada y más que probablemente con un gesto de desprecio hacia esa falta de consideración para con mi barrio: "¿Y qué le pasa? Es el apellido del dueño". "No sé, es raro, ¿no? Podía haberla llamado de otra manera".